Es común escuchar entre los jugadores que no suelen ser habitualmente titulares, o tener una buena cantidad de minutos en cancha, quejarse sobre las diferencias en el trato que tiene el entrenador para con él. “No consigo soltarme. Juego con mucha presión, entro condicionado, porque se que al primer error me manda al banco otra vez”, suele ser una de las quejas o justificaciones que esgrime el suplente.
Del otro lado, el DT, en estos casos, suele lamentarse por idénticas razones. Desde su óptica, el jugador no interpreta el mensaje, no rinde cuando lo pone y no responde a la confianza que él le está dando.
¿Quién tiene razón? ¿Y por qué debería tenerla solo uno?
Para el jugador, evidentemente, la presión que siente cuando lo ponen lo desborda, al punto que no puede rendir a satisfacción. Para el entrenador, el jugador no consigue engranar en la sintonía del equipo. Cuando tiene que pensar, acelera, y cuando tiene que acelerar, frena. Y ninguno está faltando a la verdad.
¿Entonces? El problema no está en uno ni en otro, sino en la manera en que se están comunicando. Evidentemente, el mensaje o la manera en que el entrenador cree estar dándole confianza al jugador, llega a este último con una carga o intensidad tal que se traduce en una presión que no lo deja rendir en plenitud.
La situación contradictoria se refuerza porque el jugador siente que mientras a él no se le perdona un error, al jugador que compite con él por su puesto se le permite equivocarse hasta tres y cuatro veces más antes de sentarlo en el banco. Y en la mayoría de los casos es así. El entrenador suele tener mas confianza en el titular, de quien obviamente espera más y por ende, a su juicio, tiene más crédito a la hora de perdonarle un error.
El suplente se quejará entonces del trato “injusto”, entrando así en un circulo vicioso conformado por la siguiente seguidilla: el DT lo pone, el Jugador entra nervioso y se equivoca, vuelve al banco, el titular juega y pese a que se equivoca sigue, porque cuando el DT vuelve a mandar al relevo a la cancha, con más presión que antes, el suplente está más acelerado y vuelve a equivocarse, y así sucesivamente.
¿Cómo romper este círculo vicioso? La verdad es que, generalmente, los tiempos no le dan al entrenador para bancar demasiado. La presión suele ser mucha y hay que conseguir resultados como sea, así que… Marche preso, ¿no?
Y, si, salvo que el Jugador cambie su postura ante la situación y deje de sentir cada chance que se le presenta como “de vida o muerte”. Carlos Bianchi, en sus etapas en Boca y Velez, dio cátedra en eso de tener motivados en el punto justo a los suplentes, mientras que otros DT nunca dan en la tecla en eso de manejar a los del banco.
Es común entre los habitualmente suplentes, saltar a la cancha con ganas de demostrar todo en 3 minutos, lo que termina multiplicando la ansiedad provocando que salga aceleradísimo, como si la adrenalina lo hubiera poseído, quedando así demasiado expuesto al error. Poner la meta más allá de los “tres minutos fatídicos” puede ayudar sin dudas a que el relevo no se autopresione pensando en ganarse el puesto cada vez que le toca entrar. Evidentemente, ningún entrenador le da o le quita el puesto a nadie por tres minutos de gloria, y pensar que esos tres minutos no serán tan decisivos o trascendentales va a contribuir a que entre a la cancha más tranquilo, sin tanta presión ni acelere. Si, ya se: es fácil decirlo. Pero también es fácil trabajarlo. No todos los DT manejan a los del banco como Bianchi. La vorágine del día a día y las presiones suelen llevar a los entrenadores a concentrarse estrictamente en su tarea, que no es otra que entrenar tácticamente al equipo. Para ocuparse de la cabeza de los jugadores (titulares o suplentes) bien podría estar el Psicólogo, ¿no?
Del otro lado, el DT, en estos casos, suele lamentarse por idénticas razones. Desde su óptica, el jugador no interpreta el mensaje, no rinde cuando lo pone y no responde a la confianza que él le está dando.
¿Quién tiene razón? ¿Y por qué debería tenerla solo uno?
Para el jugador, evidentemente, la presión que siente cuando lo ponen lo desborda, al punto que no puede rendir a satisfacción. Para el entrenador, el jugador no consigue engranar en la sintonía del equipo. Cuando tiene que pensar, acelera, y cuando tiene que acelerar, frena. Y ninguno está faltando a la verdad.
¿Entonces? El problema no está en uno ni en otro, sino en la manera en que se están comunicando. Evidentemente, el mensaje o la manera en que el entrenador cree estar dándole confianza al jugador, llega a este último con una carga o intensidad tal que se traduce en una presión que no lo deja rendir en plenitud.
La situación contradictoria se refuerza porque el jugador siente que mientras a él no se le perdona un error, al jugador que compite con él por su puesto se le permite equivocarse hasta tres y cuatro veces más antes de sentarlo en el banco. Y en la mayoría de los casos es así. El entrenador suele tener mas confianza en el titular, de quien obviamente espera más y por ende, a su juicio, tiene más crédito a la hora de perdonarle un error.
El suplente se quejará entonces del trato “injusto”, entrando así en un circulo vicioso conformado por la siguiente seguidilla: el DT lo pone, el Jugador entra nervioso y se equivoca, vuelve al banco, el titular juega y pese a que se equivoca sigue, porque cuando el DT vuelve a mandar al relevo a la cancha, con más presión que antes, el suplente está más acelerado y vuelve a equivocarse, y así sucesivamente.
¿Cómo romper este círculo vicioso? La verdad es que, generalmente, los tiempos no le dan al entrenador para bancar demasiado. La presión suele ser mucha y hay que conseguir resultados como sea, así que… Marche preso, ¿no?
Y, si, salvo que el Jugador cambie su postura ante la situación y deje de sentir cada chance que se le presenta como “de vida o muerte”. Carlos Bianchi, en sus etapas en Boca y Velez, dio cátedra en eso de tener motivados en el punto justo a los suplentes, mientras que otros DT nunca dan en la tecla en eso de manejar a los del banco.
Es común entre los habitualmente suplentes, saltar a la cancha con ganas de demostrar todo en 3 minutos, lo que termina multiplicando la ansiedad provocando que salga aceleradísimo, como si la adrenalina lo hubiera poseído, quedando así demasiado expuesto al error. Poner la meta más allá de los “tres minutos fatídicos” puede ayudar sin dudas a que el relevo no se autopresione pensando en ganarse el puesto cada vez que le toca entrar. Evidentemente, ningún entrenador le da o le quita el puesto a nadie por tres minutos de gloria, y pensar que esos tres minutos no serán tan decisivos o trascendentales va a contribuir a que entre a la cancha más tranquilo, sin tanta presión ni acelere. Si, ya se: es fácil decirlo. Pero también es fácil trabajarlo. No todos los DT manejan a los del banco como Bianchi. La vorágine del día a día y las presiones suelen llevar a los entrenadores a concentrarse estrictamente en su tarea, que no es otra que entrenar tácticamente al equipo. Para ocuparse de la cabeza de los jugadores (titulares o suplentes) bien podría estar el Psicólogo, ¿no?
4 comentarios:
Muy bueno el artículo. Refleja una realidad que no sólo aplica al ámbito deportivo sino que también es válido en el área laboral, en donde al igual que en el deporte no siempre se puede contar con un buen coach que sepa motivar como es debido.
Un abrazo.
hola german mi nombre es gustavo y soy jugador de basquet y me gustaron mucho tus informes y te queria preguntar como manejar mejor ese tema del miedo a equivocarse y ese exceso de adrenalina y ansiedad! desde ya muchas gracias!!
Gustavo: hay muchas maneras de manejar el miedo a equivocarse, pero para poder enfrentar ese miedo o ansiedad hay que saber las causas que lo provocan, para poder dar en la tecla con las técnicas necesarias para ayudar a superarlo. Abrazo.
La verdad muy buen articulo, refleja de manera correcta e indisctutible por lo que tiene que pasar un jugador como yo de juvenil primer año.
Gracias.
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