miércoles, 29 de diciembre de 2010

"Estoy Motivado"

Usted seguramente habrá escuchado frases como éstas: “El grupo está realmente motivado, los muchachos no ven la hora de salir a la cancha”; “los clásicos son partidos aparte”; o “esa cancha es un karma para nosotros, nos cuesta mucho ganar ahí”. ¿Las reconoció? Si, y sin lugar a dudas, ya estará pensando en unas cuantas más. Frases célebremente gastadas, pero que no hacen otra cosa que reflejar, a través de un lugar común, lo que está sintiendo el deportista en los momentos previos a la competencia. Obviamente, hablamos de la motivación, tema del que se ha dicho y escrito mucho, pero del cual se ha esclarecido muy poco.
“Este partido es crucial. Tenemos delante el peor rival que nos podría tocar, por lo que vamos a tener que dejar en la cancha hasta la última gota de sudor si queremos ganar, porque sino…”.
El cielo o el infierno. Sin segundas opciones. Tal y como parece dictaminarlo una sociedad profundamente resultadista, en la que prácticamente no hay lugar para los segundos, ¿no
El mandato trae consigo toda una actitud de sacrificio y esfuerzo, donde las posibilidades de éxito se emparentan casi exclusivamente con el sufrimiento.
El entorno, generalmente, pese a su buena voluntad, no siempre acompaña: “Suerte. Ganen”. Dirán los que te quieren, esperando contribuir a ese gran esfuerzo que supone el partido. A veces, casi parecen decir “mis condolencias, por el terrible momento que vas a pasar”. Y con esa mochila sale el guerrero a la cancha, y más de una vez… Asi le va…
“Preparate como para encontrarte con un ser muy querido al que hace tiempo que no ves”, me aconsejó sanamente un amigo. La tarea que tenía por delante esa noche no era esa. No me gustaba, la predisposición que tenía hacia ella era negativa, y mi actitud era la necesaria para que todo saliera mal. Pero tomé el consejo y me preparé como para recibir a un gran amigo. Compré un buen vino, ordené la casa como para que se sintiera a gusto y me dispuse internamente para disfrutar de la velada. Y no salió nada mal, hasta podría decir que lo disfruté, pese a que no era un amigo el que vino a cenar. Claro, tampoco se esperaba la otra persona un recibimiento de esas características. Se encontró tratado como alguien querido, y tampoco tuvo que pasar por todo eso desagradable que ambos esperábamos.
En definitiva, solo se trata de eso. De que chip nos ponemos para salir a la cancha, de cómo encaramos el compromiso que tenemos delante.
Algunos dicen que no entienden por qué juegan tan bien en los entrenamientos y tan diferente durante los partidos. Como si no fuera lo mismo. Y no lo es, lo que se espera de uno y otro momento, de ninguna manera es lo mismo.
Ejemplos hay miles. En todos ellos nadie hace nada que no se deba, nadie tiene malas intenciones. Pero algo sale mal, en cuanto lo que se espera de ese momento mágico en el que se necesita de todo su ángel para que todo salga bien. Por ahí ese ángel está, y sale un juego maravilloso, pero por ahí se retira, y no se visualiza bien el por qué.
Si hablamos de música. A mi me gusta mucho Sabina, pero a veces tengo ganas de escuchar algo más polenta. Amo la música de ochentosa, pero también disfruto con mis hijos compartiendo algo de La Mancha de Rolando o La Vela Puerca. Y de tanto en tanto, no me disgusta escuchar algún bolero, y por qué no hasta algún tango. Y tal vez a usted le pasa lo mismo. Sino, pruébelo. Dese una buena panzada de algo que le guste mucho, y verá que después no querrá más. Lo mismo pasa con las comidas, y con un sinfín de cosas de nuestra vida diaria. Y esto es el ser humano, aunque parezca demasiado filosófico. Una vez que se tiene una necesidad satisfecha, aparece alguna otra.
De la misma manera, tenemos distintos tipos de energía disponible, y diferentes maneras de trabajar con ella, de utilizarla. A veces uno necesita algo liviano y alegre, otras algo denso, sólido, sostenido. A veces uno necesita tierra, pasto, verde. Otras aire, volar, delirar. Más de lo mismo no siempre es bueno, cuando uno ya tuvo lo que necesita.
Lo mismo pasa con los jugadores y los equipos. Y esto hace que una actitud que hasta hace un tiempo era buena y te llevó a ganar, pasa en otro momento a no ser tan útil o a no servir más. El equipo comienza a perder y a no entender por qué, si con esa actitud, ese entrenador, esos jugadores y la misma estrategia llegaron tan alto, sin cambiar nada ahora no consiguen los mismos resultados. Y buscan repetir más y más aquellas circunstancias, sin preocuparse por las verdaderas necesidades de este momento en particular, de esa circunstancia en especial por la que en este momento están pasando.
Falta de respeto por las necesidades. Falta de mirada hacia adentro. ¿Será que ahora necesito un rock? ¿ O será una música melódica la ideal para ayudarme a sintonizarme con lo que necesito para conseguir un desempeño armónico?
¿Cómo me tengo que preparar? ¿Cuál es el punto motivacional a tocar o la estrategia a utilizar para poder hacer un juego de los buenos? ¿Con qué ritmo o clima estoy enganchado hoy? ¿Qué clima viene de afuera y cómo puedo sincronizarlos para que durante el partido la energía fluya libremente y no sea un momento de presión y esfuerzo que solo lleve al sufrimiento?
Sin dudas, habrá tantas respuestas como preguntas uno quiera formular, pero las soluciones están más al alcance de la mano de lo que en realidad parece. Solo hace falta saber buscarlas…

lunes, 20 de diciembre de 2010

Sacandole el Jugo a una Derrota

Qué difícil es aprender a perder, ¿no? Una derrota dolorosa suele hacer aflorar lo peor de nosotros. A nadie le gusta perder, porque hacerlo nos pone frente a frente con las frustraciones que en algunos casos confirman nuestros propios temores, y eso duele, al punto que nos lleva en algunas situaciones a mostrar nuestra peor cara.
En las derrotas duras o dolorosas (y atenti que no hablo solamente de goleadas, porque a veces una caída por la mínima duele más que un traspié abultado) el equipo suele perder el timón y mostrar lo peor de si, y el protagonista (jugador, entrenador) suele sufrir de ceguera táctica y desbordes anímicos, que lo llevan a extremos tales como desaparecer de la cancha o bien a pasarse de revoluciones cometiendo a veces algún hecho de violencia o faltas técnicas que lo llevan a ganarse tarjetas o sanciones que lo sacan del campo de juego.
Esa “peor cara” que mostramos, colectiva o individualmente, nos lleva a hacernos acreedores de los peores conceptos de la tribuna: “es un pecho frio, abandonó el equipo en el peor momento”, o incluso de los reproches de nuestros propios compañeros, que también muestran su “peor cara” entrando en la ronda de pasadas de factura y el echarle la culpa al otro. La autocrítica, en la mayoría de los casos, suele brillar por su ausencia, porque el dolor nos ciega tanto que empezamos a buscar las culpas en los demás, muy lejos de nosotros mismos.
Así, vemos equipos que inesperadamente, y a partir de una sola derrota, caen en un pozo que los lleva a perder irremediablemente varios juegos, la serie (en caso que se tratara de un play off) o, lo que es peor, la confianza en si mismos.
Estamos hablando de un comportamiento muy humano, y por ende, la llave para abrir la puerta hacia la recuperación no pasa por otro lado que por la Comprensión.
Lo primero que tenemos que comprender es que dentro de las reglas del deporte se puede ganar, pero también perder, y si la derrota está dentro del menú no hay que tomársela tan a la tremenda, porque el exitismo siempre nos pone ante lecturas equivocadas.
El segundo escalón de comprensión nos debería llevar a aceptar que estamos viviendo un momento doloroso (a nadie le gusta perder) y como tal es normal que ese dolor nos impida ver con claridad las cosas, por lo que es recomendable, en los primeros momentos post derrota, evitar entrar en el juego de reproches. A veces, el silencio es el mejor remedio para esos primeros momentos, porque evita que la bronca nos lleve a decir cosas fuera de lugar o a que saquemos conclusiones equivocadas.
Una vez superado ese instante inicial de dolor, es vital empezar a buscar culpas o razones en uno mismo. Es muy humano empezar a mirar hacia afuera, y eso inevitablemente hace que pongamos el foco en los demás, alejándonos de nosotros mismos, que seguramente nos habremos mandando nuestras macanas para contribuir al mal generalizado que nos llevó a perder. Cuando un “Equipo” pierde, nadie está libre de pecado, para algo hablamos de “Equipo”, ¿no? Y si arrancamos el análisis por nosotros en lugar de por los otros, mucho mejor.
A la hora de entrar en el análisis grupal, es mucho más sano y curativo encararlo desde el “¿qué podríamos haber hecho para evitarlo?”, que desde el “la culpa la tuvo…”. Construir es obviamente más edificador que destruir, y la idea es recomponernos para el próximo juego, asi que…
Y una vez cerrado el ciclo de la “autocritica” individual y colectiva, es clave volver para atrás, hasta momentos antes de salir a la cancha, y recordar como nos sentíamos ahí y cómo fue el camino que nos llevó hasta este momento.
Las sensaciones a veces nos gobiernan, y es natural quedarse con sensaciones desagradables cuando nos toca perder, por lo que el mejor camino para reinstalar la confianza es volver para atrás y recordar los buenos momentos que vivimos en el camino hacia este juego. Porque en definitiva, fuimos nosotros los que llegamos hasta este punto, y algo bueno habremos hecho en el camino, ¿no?
Ni éramos tan buenos antes, ni somos tan malos ahora.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Hacete Cargo

En un país resultadista en el que se ha hecho cultura el pasarle la pelota al de al lado, una de las conductas más comunes en los grupos deportivos es exigirle a los más grandes, más reconocidos o mejor remunerados, que se carguen el equipo al hombro. Y en cierta forma, está bien. Por algo son más grandes, más reconocidos o mejor remunerados, ¿no?
Pero, ¿qué pasa cuando, por alguna razón, el funcionamiento se resiente, los “grandes o lo que fuera” no rinden en la medida de lo esperado y los resultados no se dan? La Psicología y, más aún, la dinámica de este tipo de grupos, no son una ciencia exacta, pero más de una vez nos encontramos con un equipo que, al perder sus puntos de referencia, pierde la brújula dentro de la cancha y empieza a fallar en los momentos críticos, precisamente, porque los “grandes, reconocidos o mejor pagos”, que son quienes supuestamente tienen que hacerse cargo de esos trances, no toman las mejores decisiones.
Inmediatamente, los opinadores de turno, tirarán frases como “es un pecho frío, no puede fallar en un momento así”, “con lo que gana este muchacho”, “¿qué le pasa, le tiembla el pulso cuando tiene que liquidar el partido?”, etc, etc…
Sentencias que, aunque no lleguen a oídos de los “grandes, reconocidos o mejor pagos”, están ahí, flotando en el ambiente, y empiezan a generar el efecto bola de nieve, que desencadena que: el jugador que está o se siente presionado, se propone tomar la próxima última pelota, pero cuando la tiene vuelve a sentir todo el peso del equipo sobre sus hombros y vuelve a fallar, vuelve a escuchar los murmullos (que a veces son insultos, silbidos y demás), su propio autoreproche, los retos de su entrenador, las caras de preocupación de sus compañeros, la queja de algún dirigente y tantas otras cosas más… Así, hasta que le llegue el momento de volver a tener una nueva última bola, en la que el peso acumulado seguramente volverá a jugarle en contra.
Piense… Situaciones como estas se dan a diario en equipos de todos los deportes.
A veces, las menos, el “grande, reconocido o mejor pago” tiene la suerte de acertar una de esas pelotas decisivas, y el efecto sanador del acierto le quita mágicamente el peso de los hombros, por lo que todo vuelve a la normalidad, porque el grupo vuelve a asentarse sobre sus basamentos naturales. Pero en la mayoría de los casos, no hay acierto salvador ni sanador, y la bola de nieve se hace más y más grande.
Y ahí los opinólogos apuntan hacia otro lado, pasándole la pelota al entrenador, que a veces tampoco puede desentrañar por donde tiene que empezar a desarmar la bola de nieve.
Respuestas, seguramente, habrá tantas como grupos y situaciones tengamos delante, pero a la hora de buscar una herramienta para implementar ante la mayoría de las “bolas de nieve”, una de las claves pasa por realizar un nuevo “Reparto de Responsabilidades”.
Está claro que al “grande” le está pesando decidir, pero tal vez ese peso o falta de energía tenga que ver con que tiene que hacer demasiado desgaste a lo largo del partido, tomando más decisiones en su afán por cargarse el equipo al hombro, y desgastándose más de lo necesario, lo que lo hace llegar al momento crítico sin las fuerzas ni la claridad necesarias para enfrentar ni más ni menos que “su” responsabilidad.
Reparto de Responsabilidades”. Suena raro, pero no es tan difícil. Los “grandes, reconocidos o mejor pagos” están para poner ese plus por el cual se los llegó a considerar “grandes, reconocidos o mejor pagos”, pero cuando se trata de juego de equipo, es vital darle posibilidades de crecer y asumir responsabilidades a todos los actores, en todos los ítems que rodean a la vida del grupo (entrenamiento, convivencia, partidos, etc); porque sino, el peso se reparte mal, unos cargan demasiado y otros muy poco. El que carga poco se acostumbra a que su aporte no sea vital, y el que carga mucho a la larga se cansa y se satura.

viernes, 3 de diciembre de 2010

De Padres e Hijos

Un post de hace algunos meses, pero cargado de actualidad ahora que estamos en etapa de definición de torneos en todos los deportes...

Basta sentarse un rato en una tribuna a observar un partido de divisiones inferiores de cualquier deporte para caer en la cuenta que “el padre no siempre es el mejor aliado del entrenador en la tarea de hacer de su hijo un buen deportista”.
La fauna deportiva de las divisiones menores tiene entre sus especies al popular
“Padre Puteador”, una especie de lobo con piel de cordero que en la previa suele charlar animadamente y sonreir, pero que conforme avanza el partido, empieza a transformarse en un temible propalador de insultos hacia la figura del árbitro de turno; y que si el nene jugó poco o comió banco, también dirigirá sus dardos hacia el entrenador que osó no darle cancha a su vástago.
Convengamos que todos, en algún momento, nos ponemos en mayor o menor medida el disfraz de “Padre Puteador”. Dificilmente alguien zafe de ello. Sino, aquel que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra. El deporte es pasión y tener a nuestros hijos jugando incrementa considerablemente esa vertiente pasional. Pero cuando el patrón de conducta se hace reiterativo, el ejemplo que estamos dando no es el ideal.
El insulto es agresión, y el árbitro y el entrenador, en la cancha, son ni más ni menos que la autoridad a la que está sometido nuestro hijo, el mismo al que le estamos mostrando una manera poco diplomática de cuestionar, y el mismo al que en casa le exigimos respeto y educación. Hmmm…
El “Padre Puteador” es apasionado, al punto de llegar al entretiempo afónico, y entre ellos hay quienes culpa del desborde suelen ser expulsados de la cancha como si fueran un jugador. Hay “Padres Puteadores” que son conocedores del deporte que practica su hijo (en Argentina hay 40 millones de técnicos de fútbol, ¿no?), pero también los hay de aquellos que llegaron al deporte en cuestión porque al nene se le ocurrió jugar al básquet, al voley o al handball, y van aprendiendo de a poquito algunas cosas de reglamento o táctica, lo que no los inhibe a la hora de sentenciar si “la caminata estuvo bien cobrada” o si el DT eligió el sistema defensivo correcto para ese rival.
Los chicos no suelen estar preparados para absorver la presión que a veces inconciente e inocentemente les tiramos encima desde la tribuna. Los gritos, que a veces empiezan desde el primer fallo dudoso, desconcentran y atentan contra su capacidad de hacer un buen juego y disfrutar el partido. Los más chicos, porque se apichonan ante tanto barullo; y los adolescentes, porque generalmente se pasan de rosca ante el exceso de adrenalina que viene del otro lado del alambrado.
Todo esto no hace otra cosa que generar confusión en el novel deportista, que a veces no sabe que patrón seguir. Así, llegamos al padre que termina cuestionando alguna decisión del entrenador, y al DT que mira con recelo a esa tribuna poblada de padres que “no saben nada de básquet, vóley, hockey, etc”.
Las cifras millonarias que se mueven en el mundo del deporte, sumado a la pasión que conllevan los colores y la inevitable proyección que el padre hace sobre el hijo de sus logros, frustraciones y deseos, suelen producir un coctel demasiado explosivo y, por ende, difícil de manejar.
Los padres siempre queremos lo mejor para nuestros hijos, de eso no hay dudas. Pero a veces perdemos la brújula y terminamos confundiéndolos y atentando contra lo que tendría que ser, en principio, una actividad lúdica de contenido social. Porque los llevamos al club a hacer deporte para eso, ¿no?, ¿O todos tenemos un Messi, un Ginóbili o una Sabatini en la habitación de al lado?