Qué difícil es aprender a perder, ¿no? Una derrota dolorosa suele hacer aflorar lo peor de nosotros. A nadie le gusta perder, porque hacerlo nos pone frente a frente con las frustraciones que en algunos casos confirman nuestros propios temores, y eso duele, al punto que nos lleva en algunas situaciones a mostrar nuestra peor cara.
En las derrotas duras o dolorosas (y atenti que no hablo solamente de goleadas, porque a veces una caída por la mínima duele más que un traspié abultado) el equipo suele perder el timón y mostrar lo peor de si, y el protagonista (jugador, entrenador) suele sufrir de ceguera táctica y desbordes anímicos, que lo llevan a extremos tales como desaparecer de la cancha o bien a pasarse de revoluciones cometiendo a veces algún hecho de violencia o faltas técnicas que lo llevan a ganarse tarjetas o sanciones que lo sacan del campo de juego.
Esa “peor cara” que mostramos, colectiva o individualmente, nos lleva a hacernos acreedores de los peores conceptos de la tribuna: “es un pecho frio, abandonó el equipo en el peor momento”, o incluso de los reproches de nuestros propios compañeros, que también muestran su “peor cara” entrando en la ronda de pasadas de factura y el echarle la culpa al otro. La autocrítica, en la mayoría de los casos, suele brillar por su ausencia, porque el dolor nos ciega tanto que empezamos a buscar las culpas en los demás, muy lejos de nosotros mismos.
Así, vemos equipos que inesperadamente, y a partir de una sola derrota, caen en un pozo que los lleva a perder irremediablemente varios juegos, la serie (en caso que se tratara de un play off) o, lo que es peor, la confianza en si mismos.
Estamos hablando de un comportamiento muy humano, y por ende, la llave para abrir la puerta hacia la recuperación no pasa por otro lado que por la Comprensión.
Lo primero que tenemos que comprender es que dentro de las reglas del deporte se puede ganar, pero también perder, y si la derrota está dentro del menú no hay que tomársela tan a la tremenda, porque el exitismo siempre nos pone ante lecturas equivocadas.
El segundo escalón de comprensión nos debería llevar a aceptar que estamos viviendo un momento doloroso (a nadie le gusta perder) y como tal es normal que ese dolor nos impida ver con claridad las cosas, por lo que es recomendable, en los primeros momentos post derrota, evitar entrar en el juego de reproches. A veces, el silencio es el mejor remedio para esos primeros momentos, porque evita que la bronca nos lleve a decir cosas fuera de lugar o a que saquemos conclusiones equivocadas.
Una vez superado ese instante inicial de dolor, es vital empezar a buscar culpas o razones en uno mismo. Es muy humano empezar a mirar hacia afuera, y eso inevitablemente hace que pongamos el foco en los demás, alejándonos de nosotros mismos, que seguramente nos habremos mandando nuestras macanas para contribuir al mal generalizado que nos llevó a perder. Cuando un “Equipo” pierde, nadie está libre de pecado, para algo hablamos de “Equipo”, ¿no? Y si arrancamos el análisis por nosotros en lugar de por los otros, mucho mejor.
A la hora de entrar en el análisis grupal, es mucho más sano y curativo encararlo desde el “¿qué podríamos haber hecho para evitarlo?”, que desde el “la culpa la tuvo…”. Construir es obviamente más edificador que destruir, y la idea es recomponernos para el próximo juego, asi que…
Y una vez cerrado el ciclo de la “autocritica” individual y colectiva, es clave volver para atrás, hasta momentos antes de salir a la cancha, y recordar como nos sentíamos ahí y cómo fue el camino que nos llevó hasta este momento. Las sensaciones a veces nos gobiernan, y es natural quedarse con sensaciones desagradables cuando nos toca perder, por lo que el mejor camino para reinstalar la confianza es volver para atrás y recordar los buenos momentos que vivimos en el camino hacia este juego. Porque en definitiva, fuimos nosotros los que llegamos hasta este punto, y algo bueno habremos hecho en el camino, ¿no?
Ni éramos tan buenos antes, ni somos tan malos ahora.
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