martes, 27 de julio de 2010

No se por qué no me pone

Cuántas veces escuchamos a un jugador decir, en clara alusión al DT que lo está confinando al banco de suplentes, que: “Si no le pregunto por qué me pone, no le voy a preguntar por que no me pone”.
Se supone que el deportista justifica su comportamiento en los “códigos” del deporte, aquellos postulados misteriosos y a veces pasados de moda en esta era gobernada por iphones y blackberrys, a través de los cuales el mismo deportista le da a conocer su pensamiento instantáneamente a miles de personas a través de facebook, twitter y vaya a saber uno cuantas herramientas más. El choque entre los viejos valores y los nuevos comportamientos a veces nos lleva a la confusión, entonces el árbol nos tapa el bosque y nos terminamos atando a códigos que nos empujan a un silencio nocivo, no solo para las chances del jugador de salir del banco o al menos enterarse de por qué está donde está, sino también para el grupo, al que tarde o temprano le llegará la onda expansiva del malestar que aqueja a tal o cual compañero. Los viejos códigos dicen que “no se debe preguntar”, pero si no pregunto no me entero de las razones que me tienen en una situación incómoda, y si no me entero, no se qué debo cambiar, y generalmente, cuando uno no sabe qué tiene que cambiar, tiene muchas chances de equivocar el camino y seguir haciendo aquello que lo llevó a estar en esa incómoda situación.
Entonces… ¿No será más productivo preguntar? Con respeto, sin exigencias, aceptando la autoridad de aquel que está en un escalón superior en la cadena de mando (el jefe, ni más ni menos).
A veces, esos supuestos “códigos de silencio” lo que están ocultando es nuestro temor por encontrarnos con una realidad que no nos gusta. La pregunta nos pone ante una respuesta, y esa respuesta puede tener mil matices. En algunos casos, lo que estamos evitando es que nos pongan en palabras algo que sabemos pero queremos mantener oculto (“tenés que trabajar mas en la semana” o “tenés que mejorar tal o cual faceta de tu juego”), porque mientras esté oculto podemos seguir postergando “entrar en acción”.
Otras veces, el silencio viene de la mano de la poca comunicación que hay con el entrenador o su equipo de trabajo. Y en todos los casos, el silencio no suma, resta, porque ambas partes (entrenador y jugador) se están privando de conocer el otro lado de la historia (el silencio priva al DT de saber que el jugador tiene muchas ganas de recuperar su lugar y que está dispuesto a hacer lo que sea para lograrlo; y del otro lado, le quita al jugador la chance de conocer las razones que lo llevaron a perder el puesto y que cosas debería hacer para mejorar su rendimiento y recuperarlo).
La personalidad o perfil del Entrenador a veces no ayudan a fomentar el dialogo. Otras veces se habla mucho, pero solo de temas intrascendentes o no inherentes a lo que más nos interesa: el equipo. Y también se da que hay cuestiones de feeling o piel que también atentan contra las posibilidades de expresarse.
Y allí es donde empieza a cobrar valor el “Equipo de Trabajo”, “El Equipo detrás del Equipo”. En la diversidad se amplian las posibilidades de encontrar una persona con quien hablar de algunos temas.
Hay Equipos de Trabajo que, por su filosofía y formación, tienen claro como optimizar estos canales para evitar que los jugadores entren en este tipo de callejones sin salida, pero a veces, la visión de un Psicólogo, despojada de otras urgencias como en pensar en la táctica, la preparación física, la logística, etc, puede ser de gran ayuda para aportarle al Entrenador y a su Equipo, otras herramientas para anticiparse a este tipo de situaciones. Anticipar, Prevenir… Si mi rival no recibe, no puede jugar… Si me anticipo o prevengo una situación que podría ser conflictiva, no hay problema y toda la energía del Equipo seguirá enfocada en pos de los objetivos y metas trazadas, sin distraerse en el camino en este tipo de situaciones…

lunes, 19 de julio de 2010

El Orgullo de Ser Parte

No todos los días se puede festejar un Campeonato, pero que lindo es, ¿no?
No me gusta escribir en primera persona del singular (manías de viejo periodista), pero no hay muchas maneras de expresar la alegría que viene de la mano en este tipo de situaciones. Las chicas de Velez ganaron su cuarta Liga Nacional de básquet femenino y puedo decir con orgullo que fui parte de esa gesta y me gané un lugarcito en la foto.
Insertarse en un equipo campeón (Velez venía de ganar la Liga Nacional y dos Metropolitanos en el 2009) no es fácil. Mucho menos para un Psicólogo, que de por si debe luchar con los prejuicios del “¿para qué sirve?” y tantas otras cosas más. En este caso, potenciado por el hecho de que se trataba de insertarlo en un grupo por demás exitoso, lo que provocaría inevitablemente que alguno preguntara, tal vez con razón, si “¿no sería perjuicial?” o que los cabuleros lo tildaran de mufa ante el primer tropiezo.
Bueno, por suerte, no pasó nada de eso. Tanto los dirigentes como el Entrenador Jefe pensaron en sumarle un plus a su equipo de trabajo, y a partir de allí solo me quedó la grata tarea de sumarme para tratar de aportar mi granito de arena. En febrero, cuando comenzó este camino que hoy nos tiene festejando, me presenté con este artículo, que no hace otra cosa que expresar algunas de las cuestiones por las que defiendo el rol del Psicólogo en el mundo del deporte.

“NOS TRAJERON UN PSICOLOGO”

La frase puede sonar de diferentes maneras y, por ende, tener distintos tipos de interpretaciones. La Psicología Deportiva no está muy desarrollada en la Argentina, por lo que la presencia de un Psicólogo en el Cuerpo Médico de un Plantel Deportivo no siempre suena del todo bien, y es comprensible.
Lo primero que hay que saber es que, más allá de lo que dice la “sabiduría popular”, Psicólogo no es lo mismo que “Loquero”, y que el hecho que se haya convocado o sumado un Psicólogo no tiene relación directa con que “estas chicas están todas locas”. Ni ahí.
En términos prácticos, el Psicólogo Deportivo no es otra cosa que un integrante más del Equipo de Trabajo que encabeza el Entrenador Jefe, por lo que trabajará mancomunadamente con asistentes, preparadores físicos, medico, kinesiólogos, dirigentes y utileros, tratando de aportarle lo que esté a su alcance al deportista para que pueda desarrollarse mejor.
La función principal es “estar a la mano” para que cualquier jugadora pueda acudir a charlar libremente de cualquier tema que pudiera estar afectándola en su rendimiento. Obviamente, el Psicólogo no está para hablar u opinar acerca de si es bueno o malo un sistema defensivo, cuantos kilos hay que cargar en la barra para hacer sentadillas o como realizar un estribo en un tobillo maltrecho. Pero si puede ayudar a trabajar sobre aquellos temas o situaciones que les impidan rendir al cien por ciento durante entrenamientos o partidos.
Más de una vez, llegamos al club con la pesada mochila de algún problema personal que nos impide disfrutar de la práctica deportiva, lo que nos lleva a estar de malhumor, con la cabeza en otro lado, provocando indirectamente con mi actitud que algún ejercicio salga mal o que una compañera se distraiga preocupada o molesta por mi “estado”. Entonces, la práctica empieza a perder algo de ritmo, no estoy atenta a los ejercicios ni a los sistemas, la pelota no entra, me empiezo a fastidiar y lo que tendría que ser una hora de placer y disfrute (porque todos hacemos deporte para pasarla bien, ¿no?) termina siendo una prolongación o arrastre de algún mal momento anterior.
El Psicólogo puede ser una rueda de auxilio para ayudarnos a encarar algunas situaciones de la vida manera tal que no nos afecten a la hora de hacer una de las cosas que más nos gusta: jugar al básquet.
La serenidad y la concentración, al igual que un sistema defensivo, la técnica de lanzamiento, el trabajo físico en pista o gimnasio o la implementación de una buena dieta, SE TRABAJAN. Si, uno puede trabajar para poder manejar la ansiedad y así poder rendir a pleno y disfrutar del deporte. El mundo del deporte ha crecido increíblemente en muchísimos aspectos. Las tácticas han evolucionado, los físicos son diferentes, ha cambiado la alimentación e incluso la indumentaria. Todo en base a trabajo, investigación y especialización Hoy nadie quiere dar ventajas, y la Psicología Deportiva es una herramienta más que nos puede ayudar a optimizar el rendimiento deportivo.

martes, 6 de julio de 2010

Hablando Conmigo Mismo

Más de una vez, al observar a una persona hablando sola en voz alta, se nos habrá escapado un “está loco”, pero la única diferencia que separa a ese pobre loco de nosotros es que está emitiendo sonidos, porque todos, en mayor o menor medida, mantenemos diálogos con nosotros mismos.
Es que siempre estamos pensando, por lo que inevitablemente siempre nos estamos diciendo cosas… Cosas que a veces nos ayudan a enfocarnos o motivarnos, y otras nos juegan decididamente en contra.
“Uhhh, otra vez este arbitro. Siempre que nos dirige perdemos”, “usar la camiseta suplente nos trae mala suerte”, “nunca pudimos ganar en esta cancha”, “nunca juego bien con sol, viento, lluvia o lo que fuera”… Y podría seguir enumerando sentencias de esas que invariablemente aparecen en nuestras charlas con nosotros mismos antes, durante o después de un partido, y que más allá de que a nadie le gusta sabotearse, no hacen otra cosa que atentar contra nuestra propia capacidad de concentración o enfoque.
El lenguaje es el lente a través del cual le damos significado a todas las cosas de la vida, y hacer un uso positivo del mismo nos ayudará a encarar las tareas que tenemos por delante de una manera diferente y seguramente más cercana a nuestros deseos de éxito. La clave, entonces, pasará por cómo nos tomemos nosotros la tarea que tenemos que encarar, a partir de los condicionantes que se nos pudieran presentar, y en ese camino, no es lo mismo entrar a la cancha pensando “nunca podemos ganar en esta cancha”, que hacerlo pensando que “hoy es una buena oportunidad para romper la mala racha jugando acá”.
Parece una tontería, pero no lo es, porque más allá de este caso puntual, a diario nos cargamos a nosotros mismos de sentencias negativas que nos tiran para abajo en lugar de impulsarnos hacia arriba. Siempre nos estamos diciendo cosas, porque difícilmente nuestra mente esté en blanco, y los pensamientos y las palabras tienen el poder para crear las vivencias o sensaciones que deseemos, así como también aquellas que querramos evitar. De allí que sea tan importante educar y entrenar nuestra capacidad de dialogo con nosotros mismos.
El auto-diálogo puede servir para motivarnos (“dale que podés”), para enfocarnos (“no pierdas la marca”), darnos instrucciones técnicas (“no abras el codo al tirar”), para relajarnos (“tranquilo, falta mucho”) o para insultarnos cuando algo no sale y apelamos a tocar nuestra propia fibra o necesitamos una descarga gutural. Cada uno tiene su propia manera de comunicarse consigo mismo, pero ello no quiere decir que no existan varias cosas que uno pueda hacer para mejorar esta aptitud.
El primer paso es tratar de tomar conciencia de que tipos de cosas nos decimos mientras jugamos. Básicamente si nos alentamos cuando las cosas no nos salen bien o si nos convertimos en un juez implacable y exigente de esos que te sacan las ganas de estar en cancha. ¿Y qué pasa cuando las cosas van bien? ¿Mantenemos la calma o empezamos a darnos besos frente al espejo? Es común no prestar atención a nuestros patrones de auto diálogo, sencillamente porque son algo adquirido y establecido que opera casi automáticamente.
En segundo lugar, debemos tratar de identificar como nos afectan los pensamientos positivos y negativos que solemos tener en etapa de competencia o precompetencia, ya que gran parte de estos pensamientos (en especial los negativos) actúan como una profesía que, inconscientemente, termina llevándonos a actuar en dirección a ella.
Y el tercer paso consiste en, una vez identificados los diálogos o frases que nos sacan del eje sobre el que construimos nuestro mejor rendimiento, aprender a reemplazar esos diálogos o sentencias negativas por otras que nos ayuden a adoptar una perspectiva más positiva, que nos permita tomar el juego como un desafío en lugar de cómo algo imposible de afrontar. En esta tarea, es saludable evitar los absolutismos como “nunca” o “siempre”, cambiándolos por frases que nos dirijan hacia donde queremos llegar (“lo voy a sacar de la cancha con el saque”) o que nos den la tranquilidad (“vamos pelota por pelota”, “paso a paso” o “punto por punto”). Pensar en positivo sirve para escaparle a las sensaciones feas, que nunca son un buen aliado para el deporte, actividad en la que uno suele necesitar foco, creatividad, intensidad y un sinfín de aptitudes que van más con lo positivo y buena onda que con lo negativo.
Mejorar el dialogo consigo mismo es una herramienta importante en la preparación psicológica del deportista, al punto que puede ayudarnos a cambiar notablemente nuestro juego y, fundamentalmente, nuestra respuesta en situaciones difíciles. Obviamente, no es algo que se consiga de un momento para otro, y al igual que mejorar la efectividad desde la línea de foul, el cabezazo ofensivo, el smash o el bloqueo, requiere entrenamiento y esfuerzo.