Cuántas veces escuchamos a un jugador decir, en clara alusión al DT que lo está confinando al banco de suplentes, que: “Si no le pregunto por qué me pone, no le voy a preguntar por que no me pone”.
Se supone que el deportista justifica su comportamiento en los “códigos” del deporte, aquellos postulados misteriosos y a veces pasados de moda en esta era gobernada por iphones y blackberrys, a través de los cuales el mismo deportista le da a conocer su pensamiento instantáneamente a miles de personas a través de facebook, twitter y vaya a saber uno cuantas herramientas más. El choque entre los viejos valores y los nuevos comportamientos a veces nos lleva a la confusión, entonces el árbol nos tapa el bosque y nos terminamos atando a códigos que nos empujan a un silencio nocivo, no solo para las chances del jugador de salir del banco o al menos enterarse de por qué está donde está, sino también para el grupo, al que tarde o temprano le llegará la onda expansiva del malestar que aqueja a tal o cual compañero. Los viejos códigos dicen que “no se debe preguntar”, pero si no pregunto no me entero de las razones que me tienen en una situación incómoda, y si no me entero, no se qué debo cambiar, y generalmente, cuando uno no sabe qué tiene que cambiar, tiene muchas chances de equivocar el camino y seguir haciendo aquello que lo llevó a estar en esa incómoda situación.
Entonces… ¿No será más productivo preguntar? Con respeto, sin exigencias, aceptando la autoridad de aquel que está en un escalón superior en la cadena de mando (el jefe, ni más ni menos).
A veces, esos supuestos “códigos de silencio” lo que están ocultando es nuestro temor por encontrarnos con una realidad que no nos gusta. La pregunta nos pone ante una respuesta, y esa respuesta puede tener mil matices. En algunos casos, lo que estamos evitando es que nos pongan en palabras algo que sabemos pero queremos mantener oculto (“tenés que trabajar mas en la semana” o “tenés que mejorar tal o cual faceta de tu juego”), porque mientras esté oculto podemos seguir postergando “entrar en acción”.
Otras veces, el silencio viene de la mano de la poca comunicación que hay con el entrenador o su equipo de trabajo. Y en todos los casos, el silencio no suma, resta, porque ambas partes (entrenador y jugador) se están privando de conocer el otro lado de la historia (el silencio priva al DT de saber que el jugador tiene muchas ganas de recuperar su lugar y que está dispuesto a hacer lo que sea para lograrlo; y del otro lado, le quita al jugador la chance de conocer las razones que lo llevaron a perder el puesto y que cosas debería hacer para mejorar su rendimiento y recuperarlo).
La personalidad o perfil del Entrenador a veces no ayudan a fomentar el dialogo. Otras veces se habla mucho, pero solo de temas intrascendentes o no inherentes a lo que más nos interesa: el equipo. Y también se da que hay cuestiones de feeling o piel que también atentan contra las posibilidades de expresarse.
Y allí es donde empieza a cobrar valor el “Equipo de Trabajo”, “El Equipo detrás del Equipo”. En la diversidad se amplian las posibilidades de encontrar una persona con quien hablar de algunos temas.
Hay Equipos de Trabajo que, por su filosofía y formación, tienen claro como optimizar estos canales para evitar que los jugadores entren en este tipo de callejones sin salida, pero a veces, la visión de un Psicólogo, despojada de otras urgencias como en pensar en la táctica, la preparación física, la logística, etc, puede ser de gran ayuda para aportarle al Entrenador y a su Equipo, otras herramientas para anticiparse a este tipo de situaciones. Anticipar, Prevenir… Si mi rival no recibe, no puede jugar… Si me anticipo o prevengo una situación que podría ser conflictiva, no hay problema y toda la energía del Equipo seguirá enfocada en pos de los objetivos y metas trazadas, sin distraerse en el camino en este tipo de situaciones…
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario