En el mundo del fútbol, más de una vez nos topamos con entrenadores que confiesan: “hoy le pego mejor a la pelota que en mis tiempos de jugador”. Y no se trata de una mentira ni de una exageración. La mayoría lo atribuye a que su función de DT tiene entre sus tareas entrenar a los arqueros, por lo que su rutina actual incluye mayor cantidad de tiempo pateando al arco que cuando todavía tenían los pantaloncitos cortos.
Si vamos al básquet, es común ver jugadores que tienen groseras fallas en sus fundamentos técnicos: carecen de un tiro certero o hasta tienen problemas con el traslado de la pelota. La razón, cuando se los consulta o se habla con sus actuales entrenadores, está en que no fueron bien enseñados o entrenados en las categorías formativas o anteriores.
El denominador común en estas y en cientos de historias similares es que “la culpa siempre la tiene otro”. En el primer caso no hay un culpable identificado, pero si la razón es que hoy pateo más cantidad de tiros que cuando jugaba porque tengo que entrenar a los arqueros, la pregunta es ¿quién le impedía hacer horas extras después del entrenamiento colectivo para perfeccionar su disparo en aquellos tiempos? La respuesta es obvia: Nadie.
En el caso del basquetbolista con problemas de fundamentos, para el entrenador actual o para el propio jugador, el culpable de sus falencias será el entrenador que tuvo en tal o cual categoría anterior. Y acá una de las preguntas que se cae de maduro es ¿Quién les impide ahora trabajar duro para mejorar o pulir sus fundamentos técnicos?
Es cierto que de chico se aprende más rápido. Pero si vamos al juego de refranes “nunca es tarde cuando la intención es buena”, y si la intención es crecer o mejorar, mucho mejor aún. ¿O no hay cada vez más gente que se larga a estudiar una carrera o hacer cursos de capacitación a edad avanzada con excelentes resultados?
El arte de reinventarse o de la autosuperación, es patrimonio de aquellos que, aún sabiéndose buenos, tienen la capacidad y la voluntad para seguir buscando cosas para mejorar. Maradona pateaba mejor los tiros libres de grande que cuando daba sus primeros pasos como jugador. Messi en sus comienzos era un gambeteador desenfrenado, y día a día le va agregando fundamentos a su juego: patea tiros libres, se lo ve más preocupado por asistir o por mejorar la definición, etc. Ginobili mejoró sus porcentajes en tiros de tres puntos después de haber ganado la mayoría de sus títulos como jugador, y sigue siendo un obsesivo en lo que tiene que ver con la autosuperación dentro de la cancha. ¿Luis Scola tiraba de frente al canasto con la misma efectividad en sus primeros años en Ferro o en el Tau que como lo hace ahora? Y ni hablar de Michael Jordan, ¿no? Que arrancó siendo un explosivo penetrador dueño de volcadas espectaculares, y terminó siendo un eximio pasador, sin dejar de lado su infalible tiro arqueando el cuerpo hacia atrás para alejarse de la marca.
Si, es cierto, estoy hablando de jugadores fuera de serie. Pero el ejemplo vale también para los mortales, para los deportistas de carne y hueso. Hay miles de casos, pero me viene a la memoria rápidamente el de Sebastián Uranga padre. Aquel rubio que con sus 2 metros y su fortaleza física se ganó un lugar en el básquet grande a partir de su capacidad para la lucha y la toma de rebotes en la zona pintada; pero con los años, como los buenos vinos, fue agregándole cosas que enriquecieron terriblemente su juego. Primero sorprendió con un efectivo tiro desde la línea de foul, que temporada a temporada fue puliendo hasta terminar aportándole a aquel inolvidable equipo de Olimpia de Venado Tuerto del 96, un interesante porcentaje en tiros de tres puntos.
¿La receta? Simple: Todo parte de la autocrítica y de la localización de tus puntos débiles o ítems a mejorar; sigue con la convicción y las ganas de emprender el camino de la mejora o la superación (que en algunos casos puede incluir el pedir ayuda externa para poder nutrirse de conocimientos que posibiliten el cambio) y continúa con el trabajo metódico que nos permitirá hacer realidad nuestro objetivo.
En definitiva, el deportista encara su actividad por deseo propio. Nadie lo empuja u obliga a ir al club o meterse en una cancha. Y cuando se es profesional, todos coinciden que tienen la fortuna de “hacer lo que les gusta” y que entrenar es mejor que hombrear bolsas en el puerto. Entonces, ¿Qué es lo que les impide tomar el camino de la superación? ¿La falta de autocrítica? ¿La ausencia de un consejo oportuno y confiable? ¿La falta de maestros? El tiempo, obviamente, no entra dentro de los condicionantes negativos aceptados, ya que el profesional vive del deporte, y la mayoría difícilmente trabaje 8 o 10 horas diarias. ¿Entonces? ¿Qué es lo que nos está frenando?
Sin dudas, sería más fácil si, en lugar de buscar la culpa en el otro, asumiéramos que todo lo que sucede en nuestra vida es consecuencia de nuestras acciones y nuestras reacciones.
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1 comentario:
Totalmente de acuerdo, muy buen artículo!. Jorge R.
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