El mundo del deporte, por su contenido visceral – pasional, suele estar propenso a creer en las soluciones mágicas.
Muchos deportistas aún creen que ayudan a la suerte con conductas como usar el mismo slip, no lavar las vendas, pisar primero con el pie derecho, persignarse, etc; y que esos rituales pueden ser decisivos para el resultado del partido o para determinar su rendimiento en tal o cual juego. Otros creen que ir a Luján (aunque no crean en Dios y lo hagan como mera excursión) puede ayudar a conseguir ayuda divina; y ni hablar de aquellos que esperan que un zapatazo mágico rompa el maleficio que hace jugar mal al equipo y lo devuelva a la senda del éxito. No me diga que no hay millones de hinchas de Boca que, pese a que ven como juega el equipo, no sueñan con que un tiro libre de Riquelme se cuelgue de un ángulo y convierta a la calabaza que navega en los puestos del fondo de la tabla en una carroza que los lleve hacia la gloria. En la vereda de enfrente, los fanas de River, también conscientes de la realidad del equipo de Astrada, no paran de soñar con un Ortega titular que a fuerza de gambetas los despierte de la pesadilla. Los de Racing se hacen la señal de la cruz cuando piensan en la estatua de Merlo, y los de San Lorenzo… En fin…
Magia… El hincha quiere acostarse a dormir y despertar en una realidad más favorable. Y nadie puede cuestionarlo. Pero… ¿Qué pasa con los protagonistas?
De una manera u otra, todos aquellos que pasamos por una situación desagradable soñamos con una varita mágica que nos saque del trance, pero sabemos que las hadas solo habitan en los cuentos, y que las soluciones a nuestros problemas están en nuestro interior.
El jugador no va a encontrar puntería, destreza, talento o seguridad en una prenda o amuleto, sino en su convicción y capacidad de trabajo. Y con el entrenador o el dirigente pasa lo mismo. Las soluciones mágicas no existen. Los éxitos se construyen con trabajo y decisiones acertadas, y para tomar decisiones acertadas es vital tomar distancia de los apasionamientos que nos ponen las pulsaciones a mil, ya que eso es lo que nos impide pensar con claridad.
Si algo no funciona bien, es porque está mal armado, no porque hay un conjuro mágico que nos está torciendo el camino.
Mirar las cosas en perspectiva, y desde distintos ángulos es una de las llaves que nos permitirá encontrar la solución a nuestros problemas. Y para eso, es primordial tomar distancia y salir al menos por un rato del circulo vicioso en el que nos terminamos metiendo. El ser humano tiende siempre a repetir conductas cuando las cosas salen bien (“si algo sale bien, para qué cambiarlo”, ¿no?), e inconscientemente, ese patrón de conducta también lo llevamos aquellos momentos en los que las cosas salen mal, por lo que a una Acción A le sigue una B, y a una B otra C, a la C la D y asi sucesivamente, sin medir que en el camino, la Acción A, o la B, no fueron acertadas, y a partir de allí se encadenaron, una tras otra, situaciones que no hicieron otra cosa que potenciar ese error. Nadie, en medio de la vorágine, paró la pelota y miró el panorama con tranquilidad buscando una opción mejor. Le pasa al jugador, que pese a que está perdiendo sistemáticamente con la defensa rival desperdiciando su potencial ofensivo, sigue probando con la misma receta sin detenerse a buscar una variante. Le pasa al DT que sabe que su equipo está fallando en un determinado aspecto del juego y que busca la solución desesperadamente en los cambios de nombres en lugar de tratar de ver que es lo que está pasando en la intimidad del grupo. En términos prácticos y fáciles de contextualizar: Difícilmente los problemas de la defensa de Boca se arreglen con un refuerzo, colgando a un histórico o moviendo piezas indiscriminadamente de un partido para otro. El problema, evidentemente, está más allá de lo táctico, porque sino no se entiende que todos los que juegan en la línea de fondo xeneize cometan errores que cuestan partidos. Tampoco hay que buscar el problema en algún conjuro mágico.
Algo parecido le pasa a este River que no logra encontrar el camino, y el ejemplo vale para cientos de grupos de diferentes deportes, incluso para aquellos deportistas que pese a no jugar en equipo (tenistas, atletas, golfistas), en algún momento de sus carreras sienten que están cayendo en picada y no encuentran la palanca o perilla que frene esa caída.
Mucha gente piensa que “es necesario tocar fondo para empezar a salir a flote”, y créanme que no es tan así. No es necesario llegar a tal extremo. En esos momentos, lo que hace falta, en términos futboleros, es tener la capacidad para parar la pelota, levantar la cabeza, ver cómo están parados nuestros compañeros y que es lo que está planteando la defensa rival, para a partir de allí encarar la estrategia que nos lleve al gol. En otros deportes, el DT tendrá la chance de pedir un minuto o tiempo muerto para tratar de marcar un nuevo rumbo. Pero en ambos casos, será primordial que aquel que tenga la posibilidad o actitud de parar la pelota o pedir el tiempo muerto (jugador, entrenador, dirigente), se despoje por un instante de pasiones, sentimientos de encono, temores, o pensamientos mágicos; porque solo así podrá tomar distancia, elevarse por encima de la situación problemática y observar mejor que es lo que está pasando y cuál o cuáles son las fallas o los errores que se están cometiendo.
No hace falta tocar fondo para encarar el camino de regreso a la buena senda, solo hay que tener la valentía para parar la pelota, tomar distancia, observar lo que está pasando con objetividad, asumir los errores cometidos y tomar las decisiones que hiciera falta.
Vamos, no es tan difícil… ¿Cuántos equipos han resurgido a mitad de campeonato? ¿Cuántos partidos se dieron vuelta en un descanso o un tiempo muerto? Solo hay que saber mirar y tener la valentía de cambiar…
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