Uno de los problemas recurrentes en el mundo deportivo de estos tiempos,
tanto en la alta competencia como en el deporte formativo, es la falta de
motivación. El deportista, de diferentes niveles, suele manifestar que le
cuesta encontrar el punto de motivación adecuado para salir a la cancha (“a veces estoy bien y otras no”), o para
ir a entrenar, que en definitiva no es otra cosa que “hacer su trabajo”, cuando
se trata de deportistas profesionales, o de “hacer lo que les gusta”, cuando se
trata de chicos.
El juego se ha vuelto deslucido, con predominio del factor físico sobre
lo técnico o creativo, y es común escuchar que “antes se jugaba mejor, más
lindo o lo que fuera”, y no se trata de una afirmación de aquellos que dicen
que “todo tiempo pasado fue mejor”, sino de una apreciación objetiva, que tiene
relación directa con la motivación que el deportista pone para entrenar o
jugar.
El problema, por llamarlo de alguna manera, es más fácil de resolver de
lo que parece, ya que si el chico/a elige un deporte, se supone que la tarea
que está realizando es placentera (lo divierte), y siendo así no habría motivo
alguno para que no disfrute practicarla. Y disfrutando, seguramente podrá dar rienda
suelta a su costado creativo, asumir riesgos y desarrollar mejor su tarea
dentro de la cancha, el ring, el agua o donde quiera que se lleve a cabo
aquello que ama practicar.
Es que en definitiva, se trata de un juego. De chiquitos no jugamos al
fútbol, jugamos a la pelota, y jugar a la pelota es divertido, ¿no? ¿En que
parte del camino se quedan esas ganas de jugar, arriesgar, divertirse? Alguno
responderá rápidamente que se van en el momento que eso se vuelve un trabajo o
cuando aparecen las presiones. Pero lo cierto es que hoy en día, cada vez son más
los chicos y chicas que no rinden como podrían hacerlo de acuerdo a sus
condiciones, porque salen a competir o entrenar con la imaginaria y pesada
mochila de la presión, sea cual fuere su edad. Rendir bien se hace
imprescindible para “no defraudar” (al entrenador, padres, amigos, etc.), y
cuando el rendimiento baja, entrenar suele hacerse más duro o cuesta arriba, y
cuando se entrena mal o no tan bien, después, inevitablemente, se hace difícil
rendir en plenitud, y así sigue la rueda…
Parece un callejón sin salida, pero es parte de la problemática en la que
están metidos los jóvenes deportistas de estos tiempos. Se forman así, casi
sufriendo cuando los resultados no se dan de acuerdo a lo esperado, y esa
malformación (por llamarla de alguna manera) provoca que luego nos encontremos
con profesionales o deportistas de alto rendimiento con groseras fallas
técnicas, o peor aún, con serios problemas de autoestima, confianza y
motivación para encarar el derrotero diario.
La respuesta a cómo salir de ese callejón, habría que empezar a buscarla
en preguntas tan sencillas como: “¿Te gusta el deporte que practicás?”, “¿por
qué lo haces?”, “¿alguien te obliga a hacerlo?”. Y las respuestas aquí serán,
seguramente, que si le gusta, que lo hace porque lo desea, que nadie lo obliga
y probablemente que practicar esa actividad o deporte es lo que más lo apasiona
en la vida.
El tema es que, por como estamos educados, solemos poner mas el ojo en lo
que esta mal que en lo que esta bien, las debilidades sobre las fortalezas, y
en ese camino solemos olvidarnos que no hay mayor motivación que salir a
entrenar o a jugar. El resto, las metas y los objetivos deportivos, no deberían
ponerse nunca por encima del placer que nos da jugar o practicar la actividad
que nos apasiona…
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