miércoles, 6 de agosto de 2014

Mensajes Confusos

Esta reflexión, seguramente, hará que más de uno empiece a leer esta nota mal predispuesto, pero allá vamos: Basta sentarse un rato en una tribuna a observar un partido de divisiones inferiores, para caer en la cuenta que “el padre no siempre es el mejor aliado del entrenador en la tarea de hacer de su hijo un buen deportista”.
La fauna deportiva de las divisiones menores tiene entre sus especies al popular “Padre Puteador”, algo así como un lobo con piel de cordero que en la previa suele charlar animadamente y sociabilizar con propios y extraños, pero que conforme avanza el partido, empieza a transformarse en un temible propalador de insultos hacia la figura del árbitro de turno; pero que si el nene o la nena jugaron poco o estuvieron mucho tiempo en el banco, también dirigirá sus dardos hacia el entrenador que osó no darle cancha.
Convengamos que todos los padres, en algún momento, nos ponemos en mayor o menor medida el disfraz de “Padre Puteador”. Dificilmente alguien pueda sentirse libre de pecado como para arrojar la primera piedra. El deporte es pasión y tener a nuestros hijos jugando incrementa considerablemente esa vertiente pasional. Pero cuando el patrón de conducta se hace reiterativo, el ejemplo que estamos dando no es el ideal.
El insulto es agresión, y el árbitro y el entrenador, en la cancha, son ni más ni menos que la autoridad a la que está sometido nuestro hijo, el mismo al que le estamos mostrando una manera poco diplomática de cuestionar, y el mismo al que en casa le exigimos respeto y educación.
El “Padre Puteador” es apasionado, al punto de llegar al entretiempo afónico, y entre ellos hay quienes culpa del desborde suelen ser expulsados de la cancha como si fueran un jugador. Hay “Padres Puteadores” que son conocedores del deporte que practica su hijo, pero también los hay de aquellos que llegaron al deporte en cuestión porque al nene se le ocurrió jugarlo o porque algún profesor lo reclutó en la colonia de vacaciones o el colegio, y en consecuencia, van aprendiendo de a poquito algunas cosas de reglamento o táctica, lo que no los inhibe a la hora de sentenciar si “la infracción estuvo bien cobrada” o si el DT eligió el sistema defensivo correcto para ese rival.
Los chicos no suelen estar preparados para absorber la presión que a veces inconsciente e inocentemente les tiramos encima desde la tribuna. Los gritos, que a veces empiezan desde el primer fallo dudoso, desconcentran y atentan contra su capacidad de hacer un buen juego y disfrutar el partido. Los más chicos, porque se apichonan ante tanto barullo; y los adolescentes, porque generalmente se pasan de vueltas ante el exceso de adrenalina que viene desde las gradas.
Todo esto no hace otra cosa que generar confusión en el chico, que a veces no sabe que patrón seguir. Así, llegamos al padre que termina cuestionando alguna decisión del entrenador, y al DT que mira con recelo a esa tribuna poblada de padres que “no saben nada de deportes”.
Las cifras millonarias que se mueven en el mundo deportivo, sumado a la pasión que conllevan los colores y la inevitable proyección que el padre hace sobre el hijo de sus logros, frustraciones y deseos, suelen producir un coctel demasiado explosivo y, por ende, difícil de manejar.
Los padres siempre queremos lo mejor para nuestros hijos, de eso no hay dudas. Pero a veces perdemos la brújula y terminamos confundiéndolos y atentando contra lo que tendría que ser, en principio, una actividad lúdica de contenido social. Porque los llevamos al club a hacer deporte para eso, ¿no?, ¿O todos tenemos a Messi, Ginóbili o a Luciana Aymar en la habitación de al lado?
Manejar las propias expectativas es vital para no provocar una influencia negativa en el chico. Los mensajes confusos no hacen otra cosa que marear a niños que por un lado escuchan a los mayores pregonar que el deporte es para hacer amigos, mientras que el contenido violento que viene de la tribuna o desde el mismísimo banco de suplentes contribuyen a hacerle flor de lío en la cabeza.

El Mensaje, sobre todo en los primeros años de vida, debe ser lo más claro posible, porque los chicos no están en condiciones de decodificar la información como los adultos. ¿Qué tal si dejamos a nuestros chicos/as disfrutar del deporte de la manera que ellos deseen?

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