Armar un equipo no es fácil. Lleva tiempo soñarlo, pensarlo, seleccionar a sus integrantes o refuerzos en caso que se pudiera, trabajar en su armado y cohesión, en su tramado táctico y muchas cosas más. A veces la química se da rápido y ayuda, otras no tanto, pero cuando el trabajo de los encargados de darle forma es bueno, tarde o temprano el equipo aparece y podemos disfrutarlo. Pero...
La vida no es precisamente un lecho de rosas, ¿no? Y asi como en todos los órdenes sufrimos pérdidas, en la vida de los grupos deportivos también se suele dar que, por imperio de una lesión o de un pase – venta o transferencia, nos toca perder una pieza de ese equipo que tanto nos costó formar. Generalmente, esas pérdidas tienen que ver con jugadores importantes dentro de la estructura, por no decir el más importante. Y más de una vez, el dolor o la conmoción que nos provoca esa ausencia nos lleva a vivir una situación de duelo que pareciera meternos en una ciénaga de la que nos resulta imposible salir.
La primera reacción ante la pérdida suele ser buscar alguien que ocupe el lugar que nos quedó vacante en el rompecabezas. Pero la búsqueda no es fácil, porque generalmente tenemos que ocupar ese hueco con alguien que estaba tapado a la sombra de esa pieza importante que ahora nos falta.
A veces se da que esa búsqueda resulta exitosa, porque el sustituto estaba ahí, agazapado esperando una oportunidad como la que se le presenta ahora, y luego de un breve período de aclimatación el equipo vuelve a recuperar su fisonomía original.
Pero también nos encontramos con situaciones en las que la pieza perdida es muy grande y el peso de la responsabilidad suele bloquear a nuestro “elegido”, que de repente se encuentra en una situación que tal vez ni siquiera tenía en mente. Entonces, el Entrenador y el Grupo depositan todas sus expectativas en el “sustituto”, quien sobrepasado por la situación termina cayendo en un pozo del que le resulta imposible salir y que deja al equipo empantanado en el barro.
Tomar el camino más corto (buscar alguien que ocupe el hueco y pasarle la posta) no siempre suele ser lo más aconsejable, por varias razones. En principio, porque no siempre vamos a tener la suerte de tener alguien listo para tomar la responsabilidad, y pasarle la posta a un jugador que no estaba maduro o preparado para hacerlo puede provocarle un bloqueo que no solo atentará contra el rendimiento del deportista en cuestión, sino contra el del equipo todo, que inconscientemente empieza a gritar a viva voz “te extraño”, porque el sentimiento de pérdida se potencia con la frustración que provoca haber equivocado el camino a la hora de elegir el reemplazante.
Por eso, lo más recomendable en estos casos es tratar que el grupo en su totalidad asuma la pérdida y se haga cargo de la responsabilidad de tapar el hueco. En definitiva, si la pieza que perdimos era importante, sería tan ilógico como injusto pedirle al suplente que se haga cargo solo. Para el sustituto, sentirse apoyado por el grupo es liberador, porque ese apoyo hará que no sienta que tiene que cargar solo con la pesada mochila que le dejaron, y eso le permitirá crecer como jugador sin apuros ni sobresaltos que atenten contra su rendimiento. En tanto que al grupo, por un lado lo hará crecer en su faceta solidaria (el “todos para uno y uno para todos no falla”) y fundamentalmente evitará el riesgo que trae aparejado el no poder resolver la pérdida.
Barajar y dar de nuevo, aunque tengamos menos o casi las mismas cartas, siempre es saludable en estos casos…
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