El título suena alarmante, pero no es para tanto. Es solo una forma gráfica de empezar a hablar de una situación que suele dejar huellas en muchos jugadores: el inicio de la carrera profesional, o en algunos casos, los primeros pasos en el plantel superior.
El conflicto, por llamarlo de alguna manera, aparece en un punto que muchas veces pasamos por alto: El cambio de relación con el Entrenador.
Hablamos, específicamente, del costado humano de ese vínculo, que en muchos casos cambia drásticamente confundiendo sobremanera al joven jugador. En criollo, esa relación o vínculo deja de ser familiar o afectiva con el “Profe”, para tomar un marco más profesional con el Coach… El Entrenador, entonces, deja de ser una especie de segundo padre, tío o similares, para convertirse en un Jefe, con todo el peso que esta palabra representa.
El cambio es abrupto, a veces demasiado, y muchos deportistas no llegan preparados, lo que empieza a potenciar el roce, la tirantez y el endurecimiento de una relación que no necesariamente debe ser dura. Hay entrenadores que toman distancia y otros más paternales, hay DT que tienen o proponen una relación en base a la confianza y otros que ponen más limites y distancias, y cuando el que nos toca en suerte no tiene los patrones a los que venimos acostumbrados desde las divisiones formativas nos cuesta mucho adaptarnos.
Esa falta de capacidad para adaptación, esa especie de dolor o desilusión que nos provoca que el Nuevo Coach no nos trate o banque como el que teníamos en Inferiores, atenta directamente contra nuestras chances de rendir a pleno, porque inevitablemente empezamos a predisponernos mal con el Jefe, y eso nos va llevando, directa o indirectamente, en la mayoría de los casos, a frenar nuestro desarrollo o respuesta como jugador.
En términos prácticos, el Mensaje del Jefe, al estar enojados, empieza a llegar distorsionado por diferentes motivos:
- Estar más atentos a COMO nos dice las cosas que a aquellos QUE nos está pidiendo (nos quedamos pensando que nos gritó en lugar de tratar de concentrarnos en la instrucción táctica que nos están dando)
- Alimentar Prejuicios o ver fantasmas donde no los hay (para buscar justificativos al “el DT no me respalda como merezco”)
Esto, entre otras cosas, nos va llevando a alejarnos o a enfriar más de la cuenta la relación con el DT, y ese endurecimiento nos condiciona tanto que después no hablamos ni siquiera cuando tenemos que hablar, entonces...
- Ocultamos Información (desde tonterías hasta cosas importantes o relevantes, como problemas personales, malestares o dolencias físicas; sin darnos cuenta que cuando estamos con problemas o malestares es cuando más necesitamos comprensión, y si no la pedimos, difícilmente el otro pueda saber que la necesitamos)
- Bloqueamos el Dialogo (el DT deja de ser una vía de consulta, porque nos da vergüenza preguntar, desde cual es el objetivo de un ejercicio o un sistema hasta “¿Qué debería hacer para tener mas chances de jugar?”)
Increiblemente, todas estas situaciones suelen partir del mismo lugar: el jugador, por falta de madurez o formación, no termina de entender o aceptar que el Entrenador o el Coach, a esta altura de nuestra carrera, es un Jefe, en todo el sentido de la palabra, y no un Segundo Padre o el “Profe” que teníamos en inferiores.
La relación debe, en primer lugar, ser Profesional, y no tenemos que perder tiempo reclamando o poniendo el foco de la relación en lo afectivo.
Si el DT no tiene las mejores formas, o aquellas formas que a nosotros nos gustan, como profesionales que somos o anhelamos, SOMOS NOSOTROS QUIENES DEBEMOS APRENDER A ADAPTARNOS, porque de esa adaptación van a depender nuestras chances de tener más o menos minutos en cancha o, mejor aún, de no detener nuestro crecimiento como jugadores.
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