Cada competición tiene, incluso antes del arranque, sus favoritos, rotulo al que se suele llegar, a veces sin pretenderlo, por historia, potencial, poderío económico o lo que fuera.
Los poderosos suelen ser siempre candidatos, pero el rotulo no es más que un titulo sin valor real, que más de una vez suele jugar en contra de aquellos que tienen la desgracia de ostentarlo, por lo que en todos los deportes vemos incontable cantidad de “caballos de comisario” que se mancan incluso a poco de largar.
La “pilcha de candidato” pesa, y no todos tienen la percha para llevarla con la prestancia necesaria para que no se noten los dobleces o arrugas que suele producir el tránsito por el camino hacia el título. Entonces…
Hay “candidatos” a los que no les pesa el rotulo y transitan por la competición sin problemas disfrutando de su condición de tales; otros que se hacen cargo de la situación y arrancan con paso firme en el torneo, pero ante el primer tropiezo empiezan a dudar y terminan desbarrancándose; y también están aquellos que ni siquiera consiguen empezar a recorrer el camino, porque el peso que llevan en la espalda no los deja avanzar.
Y más allá de que haya muchos equipos que lleven adelante su derrotero como los del primer grupo, lo cierto es que no suele ser fácil ser “candidato”.
Para evitar desbarrancarse ante el primer tropiezo o impedir que el peso no nos deje avanzar, lo primero que hay que conseguir es que el equipo tenga claro cual es el objetivo final, cual es el punto de partida y como debería ser su camino hacia la meta, teniendo en cuenta en este apartado que la ruta puede llegar a presentar obstáculos, pozos y desvíos que tenemos que estar preparados para sortear.
La euforia que suele rodear a los “candidatos” es generalmente el primer obstáculo que aparece en el camino. La pasión del hinchas (los dirigentes lo son en escencia) no suele medir correctamente algunas situaciones, y una sola derrota puede llevarlo casi sin escalas del calificativo de “maquina” al de “desastre”, poniéndolo ante una disyuntiva que suele ser decisiva para el grupo, ya que gran parte de su suerte dependerá de cómo salga de este trance.
Un equipo que se deja llevar por el exitismo generalizado y acepta que se puede pasar de “maquina” a “desastre” sin escalas está en problemas, porque ello hablará de la fragilidad de sus convicciones. Y generalmente, las convicciones son frágiles cuando a la hora de imaginar el camino hacia la meta, omitimos incluir los obstáculos, pozos y desvíos que se nos podrían presentar, porque la vida no es un lecho de rosas, ¿no?
Si planificamos el camino sin triunfalismos, basándonos en perspectivas reales, vamos a estar preparados para afrontar esos sobresaltos de manera tal que nos permitan salir fortalecidos. A veces, una derrota en un momento oportuno opera como llamador para volver a la realidad y retomar la senda del éxito mejor plantados. Otras el peso específico del equipo nos pone de una en la final, donde nos encontramos por primera vez cara a cara con esos temores inconscientes que pueden atentar contra las posibilidades de desarrollar todo nuestro potencial en la definición.
Para evitar desbarrancarse ante el primer tropiezo o impedir que el peso no nos deje avanzar, lo primero que hay que conseguir es que el equipo tenga claro cual es el objetivo final, cual es el punto de partida y como debería ser su camino hacia la meta, teniendo en cuenta en este apartado que la ruta puede llegar a presentar obstáculos, pozos y desvíos que tenemos que estar preparados para sortear.
La euforia que suele rodear a los “candidatos” es generalmente el primer obstáculo que aparece en el camino. La pasión del hinchas (los dirigentes lo son en escencia) no suele medir correctamente algunas situaciones, y una sola derrota puede llevarlo casi sin escalas del calificativo de “maquina” al de “desastre”, poniéndolo ante una disyuntiva que suele ser decisiva para el grupo, ya que gran parte de su suerte dependerá de cómo salga de este trance.
Un equipo que se deja llevar por el exitismo generalizado y acepta que se puede pasar de “maquina” a “desastre” sin escalas está en problemas, porque ello hablará de la fragilidad de sus convicciones. Y generalmente, las convicciones son frágiles cuando a la hora de imaginar el camino hacia la meta, omitimos incluir los obstáculos, pozos y desvíos que se nos podrían presentar, porque la vida no es un lecho de rosas, ¿no?
Si planificamos el camino sin triunfalismos, basándonos en perspectivas reales, vamos a estar preparados para afrontar esos sobresaltos de manera tal que nos permitan salir fortalecidos. A veces, una derrota en un momento oportuno opera como llamador para volver a la realidad y retomar la senda del éxito mejor plantados. Otras el peso específico del equipo nos pone de una en la final, donde nos encontramos por primera vez cara a cara con esos temores inconscientes que pueden atentar contra las posibilidades de desarrollar todo nuestro potencial en la definición.
¿Cómo evitarlo? No hay recetas mágicas. Los grandes equipos que han llegado a la meta han ostentado dos virtudes clave: Un grupo bien cohesionado en pos del objetivo y tener los pies sobre la tierra, dos herramientas vitales para afrontar todos los avatares que pudieran presentarse en el camino.
1 comentario:
Hay una frase interesante que reza "que los triunfos no se apoderen de tu cabeza y que las derrotas no lo hagan de tu corazón".
Publicar un comentario