lunes, 29 de marzo de 2010

La Paradoja del Suplente

Es común escuchar entre los jugadores que no suelen ser habitualmente titulares, o tener una buena cantidad de minutos en cancha, quejarse sobre las diferencias en el trato que tiene el entrenador para con él. “No consigo soltarme. Juego con mucha presión, entro condicionado, porque se que al primer error me manda al banco otra vez”, suele ser una de las quejas o justificaciones que esgrime el suplente.
Del otro lado, el DT, en estos casos, suele lamentarse por idénticas razones. Desde su óptica, el jugador no interpreta el mensaje, no rinde cuando lo pone y no responde a la confianza que él le está dando.
¿Quién tiene razón? ¿Y por qué debería tenerla solo uno?
Para el jugador, evidentemente, la presión que siente cuando lo ponen lo desborda, al punto que no puede rendir a satisfacción. Para el entrenador, el jugador no consigue engranar en la sintonía del equipo. Cuando tiene que pensar, acelera, y cuando tiene que acelerar, frena. Y ninguno está faltando a la verdad.
¿Entonces? El problema no está en uno ni en otro, sino en la manera en que se están comunicando. Evidentemente, el mensaje o la manera en que el entrenador cree estar dándole confianza al jugador, llega a este último con una carga o intensidad tal que se traduce en una presión que no lo deja rendir en plenitud.
La situación contradictoria se refuerza porque el jugador siente que mientras a él no se le perdona un error, al jugador que compite con él por su puesto se le permite equivocarse hasta tres y cuatro veces más antes de sentarlo en el banco. Y en la mayoría de los casos es así. El entrenador suele tener mas confianza en el titular, de quien obviamente espera más y por ende, a su juicio, tiene más crédito a la hora de perdonarle un error.
El suplente se quejará entonces del trato “injusto”, entrando así en un circulo vicioso conformado por la siguiente seguidilla: el DT lo pone, el Jugador entra nervioso y se equivoca, vuelve al banco, el titular juega y pese a que se equivoca sigue, porque cuando el DT vuelve a mandar al relevo a la cancha, con más presión que antes, el suplente está más acelerado y vuelve a equivocarse, y así sucesivamente.
¿Cómo romper este círculo vicioso? La verdad es que, generalmente, los tiempos no le dan al entrenador para bancar demasiado. La presión suele ser mucha y hay que conseguir resultados como sea, así que… Marche preso, ¿no?
Y, si, salvo que el Jugador cambie su postura ante la situación y deje de sentir cada chance que se le presenta como “de vida o muerte”. Carlos Bianchi, en sus etapas en Boca y Velez, dio cátedra en eso de tener motivados en el punto justo a los suplentes, mientras que otros DT nunca dan en la tecla en eso de manejar a los del banco.
Es común entre los habitualmente suplentes, saltar a la cancha con ganas de demostrar todo en 3 minutos, lo que termina multiplicando la ansiedad provocando que salga aceleradísimo, como si la adrenalina lo hubiera poseído, quedando así demasiado expuesto al error. Poner la meta más allá de los “tres minutos fatídicos” puede ayudar sin dudas a que el relevo no se autopresione pensando en ganarse el puesto cada vez que le toca entrar. Evidentemente, ningún entrenador le da o le quita el puesto a nadie por tres minutos de gloria, y pensar que esos tres minutos no serán tan decisivos o trascendentales va a contribuir a que entre a la cancha más tranquilo, sin tanta presión ni acelere. Si, ya se: es fácil decirlo. Pero también es fácil trabajarlo. No todos los DT manejan a los del banco como Bianchi. La vorágine del día a día y las presiones suelen llevar a los entrenadores a concentrarse estrictamente en su tarea, que no es otra que entrenar tácticamente al equipo. Para ocuparse de la cabeza de los jugadores (titulares o suplentes) bien podría estar el Psicólogo, ¿no?

lunes, 22 de marzo de 2010

Ganas de Ganar vs Miedo de Perder

El deporte, como toda actividad en la que hay polos opuestos o un contendiente de cada lado, sabe de historias con finales de película, esos en los que Rocky noquea a Apollo y termina festejando un triunfo que, a priori, parecía imposible de alcanzar.
Ejemplos hay miles, tanto en los deportes colectivos como en los individuales. El “Punto” que hizo saltar la “Banca” o el pobre que le hizo morder el polvo de la derrota al rico, como a usted más le guste.
En la previa, generalmente, estos argumentos suelen ser utilizados para la preparación psicológica o motivacional de los dos equipos. Para los poderosos habrá un “mandato” con su correspondiente arenga para salir a imponer lo suyo ante el rival inferior. En tanto que para los que encararán la aventura con el traje de Cenicienta, los argumentos pasarán por otro lado, y mientras algunos DT elegirán enfocarse hacia lo épico, otros tal vez optarán por quitarle todo tipo de responsabilidad a sus dirigidos, buscando con ello que jueguen relajados y sin presiones.
En aquellos deportes donde manda la estadística, generalmente gana el más poderoso. La heroica de once guerreros cuidando su arco listos para meter el zarpazo de contra es muy futbolera, pero la historia sabe de miles de casos con final feliz para el supuestamente más débil en todos los deportes, sino, preguntarle al Dream Team estadounidense que se cruzó con Argentina en Indianápolis 2002 y Atenas 2004.
El tema es que esos “miles de casos” suelen salir a la cancha con la camiseta del equipo más débil, y las razones hay que empezar a buscarlas en la manera de comunicar.
No todos los Entrenadores son especialistas en motivación (no tienen por qué serlo), y a veces, motivar con recetas o cliches preestablecidos no es lo más aconsejable, y termina provocando que lo que parecería una obviedad (decirle al poderoso que salga a aplastar al débil o viceversa) termine jugando en contra.
El mensaje, supuestamente claro porque así lo marca la realidad, no llega limpio a su receptor por innumerable cantidad de variables, lo que lleva a que en el momento en que debe aflorar la convicción, la niebla termine desdibujando el horizonte.
Independientemente del resultado final, que a veces por obra y gracia del peso de alguna individualidad termina favoreciendo al “Poderoso”: ¿Nunca vieron a un equipo hipotéticamente inferior complicarle la vida mucho más de la cuenta al rival téoricamente superior? Si, seguramente si.
Es que cuando el mensaje no llega limpio y la convicción no es plena afloran las dudas, y allí es donde se produce la confrontación entre las “Ganas de Ganar” de David, contra el “Miedo de Perder” que suele agarrarle a Goliath, cuando le empieza a apretar el zapato en algún momento del partido.
No todos recibimos el mensaje de la misma manera. Hay quienes responden a una arenga dura, incluso a un insulto, y otros que necesitan el aliento suave y la mano en el hombro. Y para complicarla más aún, hay momentos en los que es conveniente hacer una arenga dura y otros en los que es preferible evitar algunos temas o tópicos para no sobrecargar de stress y presión.
En síntesis, la clave no está en lo que se dice, sino en cómo se lo dice, y a quien se le dice que cosa. Cada uno necesita una palabra diferente, y cada grupo tiene su propio estilo de comunicación, lo que no quiere decir que siempre responda al mismo patrón comunicacional, por lo que aquello que la ultima vez lo motivó y lo puso en foco, tal vez hoy no le llegue o termine cargándolo de mayor presión de la deseada.
Se trata de saber que decir y elegir el momento apropiado para hacerlo, y para ello, lo principal es saber observar lo que le pasa al grupo, algo que no siempre se consigue estando sentado en la misma silla. Decía que el entrenador no necesariamente debe ser especialista en motivación ni preparación psicológica. A mayor cantidad de puntos de vista, mayor riqueza de opiniones, ¿no?

martes, 9 de marzo de 2010

El Arte de Reinventarse

En el mundo del fútbol, más de una vez nos topamos con entrenadores que confiesan: “hoy le pego mejor a la pelota que en mis tiempos de jugador”. Y no se trata de una mentira ni de una exageración. La mayoría lo atribuye a que su función de DT tiene entre sus tareas entrenar a los arqueros, por lo que su rutina actual incluye mayor cantidad de tiempo pateando al arco que cuando todavía tenían los pantaloncitos cortos.
Si vamos al básquet, es común ver jugadores que tienen groseras fallas en sus fundamentos técnicos: carecen de un tiro certero o hasta tienen problemas con el traslado de la pelota. La razón, cuando se los consulta o se habla con sus actuales entrenadores, está en que no fueron bien enseñados o entrenados en las categorías formativas o anteriores.
El denominador común en estas y en cientos de historias similares es que “la culpa siempre la tiene otro”. En el primer caso no hay un culpable identificado, pero si la razón es que hoy pateo más cantidad de tiros que cuando jugaba porque tengo que entrenar a los arqueros, la pregunta es ¿quién le impedía hacer horas extras después del entrenamiento colectivo para perfeccionar su disparo en aquellos tiempos? La respuesta es obvia: Nadie.
En el caso del basquetbolista con problemas de fundamentos, para el entrenador actual o para el propio jugador, el culpable de sus falencias será el entrenador que tuvo en tal o cual categoría anterior. Y acá una de las preguntas que se cae de maduro es ¿Quién les impide ahora trabajar duro para mejorar o pulir sus fundamentos técnicos?
Es cierto que de chico se aprende más rápido. Pero si vamos al juego de refranes “nunca es tarde cuando la intención es buena”, y si la intención es crecer o mejorar, mucho mejor aún. ¿O no hay cada vez más gente que se larga a estudiar una carrera o hacer cursos de capacitación a edad avanzada con excelentes resultados?

El arte de reinventarse o de la autosuperación, es patrimonio de aquellos que, aún sabiéndose buenos, tienen la capacidad y la voluntad para seguir buscando cosas para mejorar. Maradona pateaba mejor los tiros libres de grande que cuando daba sus primeros pasos como jugador. Messi en sus comienzos era un gambeteador desenfrenado, y día a día le va agregando fundamentos a su juego: patea tiros libres, se lo ve más preocupado por asistir o por mejorar la definición, etc. Ginobili mejoró sus porcentajes en tiros de tres puntos después de haber ganado la mayoría de sus títulos como jugador, y sigue siendo un obsesivo en lo que tiene que ver con la autosuperación dentro de la cancha. ¿Luis Scola tiraba de frente al canasto con la misma efectividad en sus primeros años en Ferro o en el Tau que como lo hace ahora? Y ni hablar de Michael Jordan, ¿no? Que arrancó siendo un explosivo penetrador dueño de volcadas espectaculares, y terminó siendo un eximio pasador, sin dejar de lado su infalible tiro arqueando el cuerpo hacia atrás para alejarse de la marca.
Si, es cierto, estoy hablando de jugadores fuera de serie. Pero el ejemplo vale también para los mortales, para los deportistas de carne y hueso. Hay miles de casos, pero me viene a la memoria rápidamente el de Sebastián Uranga padre. Aquel rubio que con sus 2 metros y su fortaleza física se ganó un lugar en el básquet grande a partir de su capacidad para la lucha y la toma de rebotes en la zona pintada; pero con los años, como los buenos vinos, fue agregándole cosas que enriquecieron terriblemente su juego. Primero sorprendió con un efectivo tiro desde la línea de foul, que temporada a temporada fue puliendo hasta terminar aportándole a aquel inolvidable equipo de Olimpia de Venado Tuerto del 96, un interesante porcentaje en tiros de tres puntos.
¿La receta? Simple: Todo parte de la autocrítica y de la localización de tus puntos débiles o ítems a mejorar; sigue con la convicción y las ganas de emprender el camino de la mejora o la superación (que en algunos casos puede incluir el pedir ayuda externa para poder nutrirse de conocimientos que posibiliten el cambio) y continúa con el trabajo metódico que nos permitirá hacer realidad nuestro objetivo.
En definitiva, el deportista encara su actividad por deseo propio. Nadie lo empuja u obliga a ir al club o meterse en una cancha. Y cuando se es profesional, todos coinciden que tienen la fortuna de “hacer lo que les gusta” y que entrenar es mejor que hombrear bolsas en el puerto. Entonces, ¿Qué es lo que les impide tomar el camino de la superación? ¿La falta de autocrítica? ¿La ausencia de un consejo oportuno y confiable? ¿La falta de maestros? El tiempo, obviamente, no entra dentro de los condicionantes negativos aceptados, ya que el profesional vive del deporte, y la mayoría difícilmente trabaje 8 o 10 horas diarias. ¿Entonces? ¿Qué es lo que nos está frenando?
Sin dudas, sería más fácil si, en lugar de buscar la culpa en el otro, asumiéramos que todo lo que sucede en nuestra vida es consecuencia de nuestras acciones y nuestras reacciones.

lunes, 1 de marzo de 2010

Hacete Amigo del Juez

Una de las costumbres más arraigadas en el argentino promedio, deportivamente hablando, tiene que ver con pasarle la pelota de la culpa al encargado de hacer justicia dentro del campo de juego. Si, el nunca bien ponderado hombre de negro, ese, o esa, porque también hay encargadas de impartir justicia, al que el ingenio popular ha dotado de innumerable cantidad de sobrenombres y que cada vez que entra a un campo de juego recibe una indescriptible e interminable cantidad de epítetos de todo tipo y color, cada vez que osa cobrar en contra de nuestro equipo.
Sin hacer mucho esfuerzo, recordaremos seguramente una larga cantidad de partidos perdidos “por culpa del juez”. Ese que “nos bombeó deliberadamente” o incluso ese al que “le quedó grande el partido y se equivocó feo”, en contra nuestro, claro.
Si, porque siempre los errores son “en contra nuestro”, y cada vez que nos toca perder, las conductas del árbitro fueron sospechosamente en favor del rival de turno. En Argentina, esto es casi una verdad absoluta, al punto que más de una vez hemos escuchado sentenciar que el árbitro fue decisivo en un partido que terminó 4 a 0 o en el que perdimos por 30 puntos. Siempre, inevitablemente, la culpa la tiene el árbitro. Incluso, cuando un jugador protesta airadamente y se gana una tarjeta o una falta técnica (depende el deporte), la culpa será del árbitro que lo provocó o no le tuvo paciencia, y no del “salame” que se sacó e increpó al juez de mala manera.
Desafiar o cuestionar a la autoridad es otro de los deportes nacionales. Siempre el que manda “es un botón” o algo por el estilo. Si deja jugar, lo criticamos porque el “siga, siga” es permisivo e invita al roce y el golpe innecesario; y si pone mano dura, le achacaremos que la va de “sheriff” y cobra mancha ante el más mínimo roce. Nada nos viene bien.
Pero más allá de cuestiones filosóficas, lo preocupante es que esa energía que ponemos en el árbitro, termina convirtiéndolo general e innecesariamente en un rival más, lo que contribuye a desviarnos de nuestro objetivo original, ya que esa energía utilizada para cuestionar o luchar contra el portador del silbato, no hace otra cosa que desviar nuestro foco del equipo que tenemos enfrente.
No es muy difícil, ¿o si? Nosotros, como equipo, debemos jugar contra ZZ, y ponemos toda nuestra atención y energía al servicio de trazar estrategias que nos permitan vulnerar a ZZ. Pero si en el camino dejamos de mirar a ZZ y nos centramos en el accionar del árbitro, ese gasto energético en la mayoría de los casos termina siendo irrecuperable. Muchas veces, la impotencia que nos genera no encontrar el camino adecuado para vencer al rival, provoca que desviemos la mirada hacia el árbitro, quien pasa a ser nuestro centro de atención. Así, ese reparto de energías beneficia indirectamente a ZZ, que empieza a tener delante un rival no tan preocupado por sus estrategias y potencialidades, ya que tiene repartido su foco entre esa búsqueda de caminos y los cuestionamientos al juez. Esa lucha dividiendo fuerzas disminuye nuestro potencial y favorece a ZZ, que termina pareciendo más fuerte de lo que realmente era, y ese encontrarnos de repente con un rival más fuerte de lo previsto genera en nosotros una impotencia que, generalmente, proyectamos en conductas agresivas hacia el árbitro.
¿Corolario? Los partidos suelen terminar en una derrota cargada de tarjetas, sanciones o faltas técnicas, y la culpa termina siendo del juez que nos “bombeó hasta sacarnos del partido”.
Siempre, en la búsqueda de que está primero, si el huevo o la gallina, vamos a encontrar inexorablemente al encargado de impartir justicia, porque va a ser más fácil echarle la culpa al juez que buscar las razones que nos impidieron vulnerar a ZZ. Es algo así como un mecanismo de defensa que, más allá del resultado, nos está impidiendo ver la realidad tal cual es (ZZ jugó mejor que nosotros) y nos está impidiendo crecer (porque si pensamos que perdimos culpa del árbitro, no nos vamos a poner a buscar nuestros errores, ¿no?).
Es cierto que a veces, un fallo dudoso, o una seguidilla de fallos dudosos ayudan y mucho a sacarnos del partido, pero si por un lado logramos entender que el árbitro es tan humano como nosotros y por ende se puede equivocar, vamos a conseguir quitarle a sus pitazos el contenido afectivo que implica el “me está bombeando”; y al mismo tiempo, al no generar sentimientos en contra del hombre / mujer de negro que nos distraigan, vamos a conseguir no salirnos del libreto trazado para vencer a ZZ, porque nuestro foco seguirá puesto en la meta y no en un rival imaginario con el silbato en la mano.